Todos tenemos tareas que no nos gustan. Y sin embargo habrá que hacerlas y lo sabemos.
Hay también tareas que, sin embargo, no nos cuesta tanto hacerlas. Incluso las hay que nos gusta hacerlas y que no serían ni las más convenientes ni las más urgentes pero que las hacemos porque nos gustan. Y el orden y la prioridad en la ejecución de las tareas se ven imbuidas por este gusto o no, totalmente subjetivo.
El error en la priorización nos lleva a retrasar tareas, actividades o decisiones que nos ayudarían a alcanzar nuestros objetivos. Lleva a comenzar esas obligaciones más tarde de lo debido y genera un estrés innecesario a medida que el tiempo va pasando y contamos cada vez con menos tiempo para cumplir con ellas.
La pereza, la comodidad, la motivación equivocada nos lleva a generar malas decisiones de ejecución de tareas. Esto conlleva inevitablemente a que caigamos en el error común y humano de realizar unas tareas más gratificantes en el corto plazo a expensas de las otras más difíciles o incómodas.
De manera usual acabamos realizando las tareas más sencillas y no las más provechosas. Y por otra parte, la falta de confianza en uno mismo, la inseguridad en la consecución de los resultados lleva a retrasar la ocasión de poner nuestra reputación en riesgo, por lo que habrá tareas que bien no se harán o si se hacen, se harán tarde y mal.
Las cosas llevan su tiempo y las cosas que tienen que ver con las conductas de los clientes más. Cuando los resultados por las acciones que hacemos tardan en hacerse visibles podemos caer en la frustración de pensar que no sabemos hacer bien las cosas, de que no tenemos suerte o de que lo que hacemos no vale para nada. Esto lleva a la desidia, el hastío y el desánimo.