Este es un asunto recurrente en el pensamiento de todo gestor y que hemos tratado ya con anterioridad.
La presión por reducir costes en las farmacias y sobre todo desde la crisis, está siempre en nuestra mente aunque también sabemos que los dos principales costes, compras y personal son muy difíciles de bajar porque ya están también en su límite o porque el número de tareas diarias a realizar en la farmacia apenas puede disminuir. De todos modos, la mejora en productividad debe estar siempre en nuestra mente como un objetivo de los estratégicos. La eficiencia y la eficacia son caminos ineludibles en la farmacia de hoy.
Eliminar gastos superfluos, si todavía los soportamos, fortalece la posición empresarial de la farmacia pero a menudo, y puestos a ahorrar, nos dedicamos a eliminar o reducir partidas que acaban por dejar la actuación profesional muy deteriorada porque deja una situación en que las personas tienen que abandonar algunos aspectos del servicio por improductivos a corto plazo y centrarse en las urgencias del día a día. El consejo farmacéutico y la atención personalizada, sobre todo a colectivos con problemas de entendimiento reducido de lo que se le dice respecto de su salud o hábitos higiénico - sanitarios o nutricionales, (ancianos, o personas con minusvalías o simplemente poco formadas), disminuye y acaba por mermar nuestro valor para los mismos y su desvío a otras farmacias mejor dotadas.
La estrategia de reducción de costes que se establezca debe detallar los objetivos, los medios necesarios para conseguirlos así como las inversiones necesarias a medio y largo plazo. Las reducciones que se planifiquen deberán considerar su impacto sobre los objetivos estratégicos dimanantes del plan y sobre la manera de competir que tenga la farmacia.
Es necesario establecer prioridades, urgencias, importancia y jerarquía de los costes para adecuarlos a la estrategia madre. Liberar recursos recurrentes para reinvertirlos en otros menesteres puede ser beneficioso, pero pensando siempre en el valor que se aporta al cliente que entra por la farmacia. Eliminar coste pero eliminando valor para el cliente tiene a largo plazo (o antes) consecuencias indeseables.
Recortar como misión acaba por recortar en áreas o elementos que nunca debieran haberse recortado. A menudo los recortes acaban obedeciendo a ideas preconcebidas, a criterios total o parcialmente subjetivos, o al menos muy poco justificables sobre la base de datos medidos y controlados. La comodidad acaba derivando en rutina y nos lleva a recortar lo que es más fácil en lugar de lo más conveniente. Acabaremos copiando lo que han hecho otros sin conocer sus motivaciones o condicionantes, y sin conocer los resultados que les afectaron, los resultados reales consecuencia de sus errores que acabaremos por replicar. Incluso podemos hacer lo que otros nos hayan inducido a hacer y que forma parte de su estrategia.
Recortar si, pero pensándolo bien.