A menudo confundimos trabajar con estar en la farmacia. Controlamos tiempos de los empleados y presumimos de nuestra dedicación al negocio. La realidad es que controlamos muy superficialmente y nuestra dedicación al negocio es a menudo más de tiempo en el mismo que de pensar en él.
Si queremos hablar de productividad es mejor que nos centremos en los resultados del trabajo que en las horas del mismo. De hecho si somos capaces de rendir más en menos tiempo, somos a todos los efectos más eficaces.
La legislación nos obliga a controlar el horario de quienes trabajan para nosotros pero lo hace con un ánimo de control del fraude, no de productividad. Y nos contagiamos.
Hacemos horas y hacemos que se hagan horas. Horas que a menudo son totalmente improductivas y tediosas. Horas que eliminan cualquier incentivo a la creatividad.
Hay que distinguir entre quienes se merecen que le controlen el tiempo porque tienen en su cabeza una calculadora que cambia tiempo por dinero y no atienden a nada más, y deshacerte de ellos cuando puedas, y quienes piensan y trabajan como si la farmacia fuera propia y no miran el reloj más que lo estrictamente necesario. A estos hay que empezar a tratarlos como colaboradores indispensables y premiarles.
Trabajar mucho no siempre es trabajar bien. Si uno se empeña en hacer multitud de cosas que podría delegar, y sobre todo delegar en quien las haría igual o mejor que uno mismo, trae como resultado no tener tiempo para tareas propias de un director del negocio. Dirigir no es trabajar horas, es más pensar en cómo mejorar y en cómo será el futuro para tratar de anticiparse. Es ponerse en el lugar de otros y ver como incentivarles a ser más productivos, más involucrados, en definitiva más responsables.
Tratar a todos como si fueran niños a los que hay que pillar en la falta para reñirles es generar actitudes equivocadas. Si tratamos a los demás como adultos generaremos adultos y ello conlleva la asunción de responsabilidades y la puesta en marcha de iniciativas.
En definitiva, crear equipo es crear personas motivadas y no personas que trabajan media hora más de lo que se les puede exigir. Necesitamos cerebros, colaboradores, no horas de presencia. Lo que se hace por mera transpiración lo acabarán haciendo las máquinas.
El poder y la autoridad no son lo mismo. Si hay que imponer horarios para poder conseguir resultados algo no estamos haciendo bien. Sobre todo si esto se mantiene en el tiempo y no es una mera coincidencia de sobreesfuerzo necesaria por alguna razón objetiva (un traslado, una enfermedad de algunos compañeros, un evento, etc.)
Como conclusión al documento de hoy, medir tiempo no es medir productividad y el tiempo es un bien más escaso que el dinero y que no se puede acumular. El uso intensivo del tiempo para suplir otras carencias provoca cansancio que acaba desafectando a las personas con el proyecto. Respetar a los demás y concederles su espacio temporal de libertad aporta creatividad en el lugar donde se produce el esfuerzo y en donde se conoce bien qué se hace y cómo mejorar lo que se hace.
Y todo ello orientado a los clientes.