El modelo farmacéutico español que es el mejor modelo que existe según dice la propia OMS, es un modelo a defender por todos.
Sin embargo y como todo modelo en funcionamiento, es mejorable.
Posee unos indudables puntos fuertes tal y como lo son su universalidad y la dispersión armónica. Las farmacias, al regularse por distancias y población, se reparten tanto espacial como poblacionalmente y se produce el efecto de que haya farmacias en todos y cada uno de los barrios de las ciudades y lo que es más importante todavía, en casi todos los pueblos de España, incluso en los que no son viables.
También es un valor el hecho de que tenga los mismos precios en casi todos los artículos (digo casi por las EFP y artículos de parafarmacia y alimentación en donde hay o puede haber pequeñas diferencias). La distribución mayorista, como decía en mi anterior artículo es parte importante de este modelo.
Sin embargo, el paso de los años ha evidenciado algunos puntos de mejora:
- Debe garantizarse el derecho al suministro
- Debe garantizarse el derecho a una remuneración adecuada que permita la subsistencia
- Debe garantizarse la competencia fruto de la libertad de elección
- Debe garantizarse la formación continuada
- …
Es decir, las farmacias, como establecimientos sanitarios que son, deben tener garantizado el derecho al suministro por parte de laboratorios y distribuidores y, al igual que la única contrapartida que cabe exigirles para ello es el pago de los bienes que compren, también debe garantizarse por ley el derecho al cobro de lo que sirvan a la población en tiempo y forma.
Respecto a cómo debe remunerarse al farmacéutico, el sistema actual, basado en un porcentaje del precio de venta es perverso porque en una dinámica de bajada de precios la remuneración se ve cada vez más dificultada y si parece justo que exista un “tope” para los productos caros (M.E.), debería también existir algo similar para los productos baratos, es decir una retribución mínima para los productos de bajo precio. Y lo mismo para la distribución. El vincular la retribución del farmacéutico exclusivamente a un porcentaje sobre el precio de venta produce la sensación de que la farmacia contribuye a la inflación del precio de los productos que se dispensan y a mercantilizar la relación profesional en el sentido de que es un inductor del incremento de las ventas. A mayor venta mayor beneficio y a mayor precio lo mismo (excepto o limitado por los M.E).
La parafarmacia y los servicios sanitarios permiten, en los casos de farmacias con población suficiente, compensar en todo o en parte, la merma de ingresos que tienen las farmacias ante el descenso continuado de los precios de los medicamentos por parte de la administración pública que continuará reduciéndolos en la medida en que pueda. Desfinanciando algunos o pasándolos a la dispensación hospitalaria, o reduciendo márgenes o incrementando descuentos, o subastas o copagos o lo que se les ocurra, siempre reduciendo el beneficio del farmacéutico.
Con todo ello, se debería repensar como actualizar, evolucionando el modelo, favorecer la retribución digna de las farmacias buscando alternativas que pasen por incentivar la venta de productos y servicios en las farmacias que compensen las bajadas de los ingresos por los medicamentos, cuestión por otra parte imparable por razones demográficas.
Una población más longeva y consecuentemente más consumidora de recursos sanitarios y de todo tipo, unido a una población activa en relativa disminución, (la entrada al mercado laboral es más tardía y además la población no crece en número como en otras épocas), provoca indefectiblemente una presión sobre el control de los costes en todos los ámbitos sanitarios y en el que el más fácil y con menor coste político es el farmacéutico.
Si decimos que tenemos la mejor y más extensa red de sanitarios perfectamente formados, cuidémoslos. Permitamos su correcta retribución con un modelo asistencial más adecuado en el que permitan a los farmacéuticos ejercer su saber hacer sanitario, en cooperación con el sistema sanitario público, gestionando adherencias a tratamientos e incluso gestión de agendas médicas o de cuidado en dependientes o en pacientes en domicilio o todo ello.
Y dejemos a las farmacias que puedan a su vez, buscar otras fuentes de ingresos sanitarios prestando los mismos servicios que se dejan prestar a otro tipo de establecimientos menos controlados (esteticistas, fisioterapeutas, parafarmacias, etc.). Regular no debería significar prohibir.
Una retribución mixta con un fijo por acto farmacéutico, tal y como sucede en otros países, y un porcentaje menor sobre el precio, podría ser un sistema más justo y al que no pudiera acusarse de inflacionista o de inductor al consumo.
E insisto, dejar al lado empresarial farmacéutico que se desarrolle y pueda competir también en servicios con otros empresarios, regulando la prestación de servicios desde la farmacia pero permitiéndolos.
Hay mucho que pensar y es una decisión que deberíamos proponer desde el sector. La alternativa es que la piensen por nosotros los políticos aleccionados por los grandes lobbies.