Consejos tengo. Todo el mundo tiene para darlos pero no tanto recibirlos. Que nos valga dependerá del grado de confianza que tengamos en quien nos lo da, de nuestro propio grado de confianza en el propio consejo y de la necesidad de que el mismo nos resuelva algún problema acuciante.
Descartes decía que la razón es el bien más socializado que existe, todos tenemos de sobra, incluso para darla en ocasiones. La familia, los amigos, los cuñados, todos opinan y en muchas ocasiones sin base ni fundamento y lo que es peor, con nada que ver con lo que ellos hacen o hicieron. Y nadie escarmienta en cabeza ajena.
Y entonces, ¿a quién hacer caso? Tienes que tomar tus propias decisiones y hacer caso o no de los consejos que te den. Esa es tu responsabilidad.
Muchas personas bien intencionadas casi siempre, tratan de influir para que pienses y te comportes como ellos creen que toca. Pero cada uno de nosotros posee unas experiencias únicas y un problema (o varios), también único y por ello los consejos no deben dejar de ser más que eso, experiencias que en otro tiempo y lugar les fueron bien a otros. Alguien que no eres tú y que no es ahora y que no es tu problema. Y a pesar de todo es bueno escucharlos.
El conjunto de tus decisiones, por pequeñas e insignificantes que sean, marcarán tu vida, y nadie de los que te dan consejos asumirá ninguna parte de lo que ocurra si les haces caso. Si sale bien igual sí. La suerte te la construyes tú mismo con cada decisión que tomas y es verdad que hay quien tiene más y mejores oportunidades que tú, pero también lo es que personas con menos y peores oportunidades hicieron mucho.
Hagas lo que hagas, dudarás y aciertes o yerres, la realidad es que todo depende de ti. Solo tú decides. La seguridad absoluta no existe y es más fácil equivocarse que acertar, pero en cualquier caso sigue siendo tu responsabilidad tanto el hacer como el dejar de hacer. Y equivocarse no es tan malo si se aprende.
Una vez asumido este principio, la toma de decisiones es más sencilla. Lo que no hiciste, pasó y ya no tiene remedio, lo que no puedas hacer tampoco. Es una reflexión como la de Tagore, “si tu mal tiene remedio de que te quejas y si no lo tiene porqué te quejas” El equilibrio se sitúa en centrase en lo que puedes hacer o no y en hacerlo lo mejor posible.
Aunque a menudo te sientas presionado con indicaciones de cómo debieras actuar, nadie de los que te aconsejan, asumirá las consecuencias de hacer lo que te dicen. Si algo sale mal sólo escucharás sus excusas e incluso te culparán de algo que no hiciste del todo como ellos te dijeron o bien las circunstancias que entonces sí que reconocerán que eran diferentes. Les hagas caso o no, siempre tú serás el único responsable.
Cuando arriesgues te encontrarás con miedos, cuando no arriesgues también. Cualquier decisión contará con partidarios y detractores en todo o en parte. Te toca a ti decidir, y has de hacerlo y tratar de persuadir a tu equipo para que te siga convencido.
No hacer nada puede ser tan malo como hacer algo y equivocarse. Pero es más cómodo y tiene muchos más partidarios. También son muchos los que opinan pero no hacen nada esperando que lo hagan otros, ellos no. Criticar al igual que predicar no es lo mismo que hacer o dar trigo.
También da mucha rabia los pesimistas o negativos que siempre se ponen en lo peor y aunque no quieren que salga mal, les encanta hacerte ver que ya te lo advirtieron.
Para acertar o mejorar las posibilidades de hacerlo siempre hemos aconsejado decidir con método y una forma fácil es hacer listas DAFO para identificar pros y contras de hacer algo en función del entorno, de los demás y de nuestros recursos y capacidades. Obviamente tener método para tomar decisiones es muy conveniente y mucho mejor que actuar a impulsos, pero en algún momento habrá que decidir. El análisis está muy bien si acaba en una decisión.
Deja de racionalizar y elaborar justificaciones continuas para no actuar. Encuentra soluciones imperfectas pero realizables y actúa. Se optimista, con una dosis de realidad, pero no te dejes llevar por el pesimismo cómodo de las excusas. Yo ya lo sabía, es una frase odiosa que no aporta nada al igual que “es que…”
Intenta persuadir con tu idea, con tu actitud, cree en ti mismo, decide y actúa. Se ejemplo. Da razones. Enseña tu objetivo, pero sobre todo actúa.
Cuando te veas abrumado por los posibles riesgos de tus soluciones, intenta prevenirlos, minimizarlos, soslayarlos pero ten por seguro que cualquier decisión que suponga un cambio, siempre tiene riesgos, por mucho que se planifique. El miedo a perder es el miedo a jugar. Perder enseña. Y el éxito es el mayor de los motivadores. Por ello, magnifica los pequeños éxitos y minimiza los fracasos. Evita a envidiosos y pesimistas. Asustan distraen y no aportan nada. Rodéate de buenas personas. Aprende a distinguirlos.
Pon toda tu energía en actuar. Depende sólo de ti.
Y cambiando de tercio, ¿qué hacer cuando no encuentro las ganas de hacerlo, de actuar, cuando el pesimismo o la pereza tomen el mando?
Cuando compramos o abrimos la farmacia, la ilusión era el gran motor pero con el paso de los años, todos tenemos grandes o pequeños proyectos de cambio que se han ido quedando en el rincón del olvido, que no hemos hecho, que no hemos sabido encontrar el momento de hacer o que no nos hemos atrevido. Proyectos relegados para mejor ocasión que en su momento parecían buenos y además en un momento de creatividad. Habrá que revisarlos.
La falta de energía supone dejar pasar oportunidades que en su momento hubieran cambiado nuestra vida y una vez más hemos de ser conscientes que esa es sólo responsabilidad nuestra.
Se puede caer en la desidia por pereza o comodidad, pero también porque se es humano realizar tareas más gratificantes en el corto plazo a expensas de las otras más difíciles, más a largo plazo más penosas o comprometidas.
Hay dos causas frecuentes para caer en la inacción:
- Una baja tolerancia a la frustración. Se evita optando por las tareas más sencillas o descomponiendo las grandes tareas en tareas más simples y fáciles de realizar con resultados visibles a corto.
- La inseguridad por falta de confianza en uno mismo. Esto se ha de resolver obligándose a actuar y sobre todo centrándose en pequeños cambios que conlleven tareas sencillas y fácilmente exitosas pero que no se hayan hecho por el motivo que sea.
La motivación para actuar no siempre es la adecuada, los proyectos en ocasiones son largos y los resultados pueden tardar en aparecer. Pero la frustración tiene arreglo si se reconocen dos ideas básicas: que la vida no siempre es fácil y sencilla y que la propia valía no depende los éxitos que se alcancen. Los retos dan la medida de nuestra valía, pero hay que verlos y asumirlos. El fracaso es parte del proceso y fuente de aprendizaje
La próxima vez que empieces a imaginar las razones para aplazar una tarea o cambio que sabes que habría que realizar, piensa en las ocasiones que no hiciste algo de lo que te arrepentiste más tarde. Eres el único responsable y por tanto culpable de tus éxitos y tus fracasos.
Como táctica, algunos psicólogos y consultores aconsejan realizar a primera hora del día las tareas más difíciles o molestas, cuanto la energía y consecuentemente la fuerza de voluntad suele ser más potente. Librarte de ellas de forma temprana es gratificante para el resto del día y te ayuda a seguir en esta senda. La farmacia hay que reinventarla cada día y es tu decisión hacerlo. El cómo y el cuándo también marcarán tu vida profesional.
Ya estás tardando.